El 8 de octubre de 1969, en una de las acciones guerrilleras más espectaculares e insólitas de la historia política uruguaya, varios comandos del Movimiento de Liberación Nacional –Tupamaros- tomaron por asalto la comisaría, el cuartel de bomberos, la central telefónica y las sucursales de los bancos Pan de Azúcar, de Pando y República de aquella ciudad cercana a Montevideo.

No fue, entonces, la “toma” ni el copamiento de una ciudad, sino el asalto simultáneo y coordinado a varios locales preestablecidos.

Mirado a la distancia, puede deducirse que la acción tenía tres claros objetivos: realizar una demostración de fuerzas; montar un gran operativo de marketing nacional e internacional coincidiendo con el segundo aniversario de la muerte del Che Guevara, y recaudar fondos. Especialmente, esto último: un liso y llano motivo de robar.

Este último se cumplió relativamente: En total los guerrilleros robaron unos 357.000 dólares, de los cuales 157.000 fueron recuperados por la policía.

La demostración de fuerzas no fue tal, ya que toda la operación resultó un fiasco y desnudó los problemas de organización e inexperiencia de los combatientes. Pero como fenómeno mediático fue un éxito y cumplió con creces el objetivo publicitario buscado.

El costo en vidas fue absurdamente alto, tomando en cuenta que se había pretendido realizar un operativo de precisión quirúrgica, que mostrara al mundo que los tupamaros eran capaces de adueñarse de una ciudad, robar sus bancos, inmovilizar a la policía y retirarse sin disparar una sola bala.

Lo que ocurrió, en cambio, fue una especie de comedia de enredos, que sería cómica si no hubiera sido tan trágica.

En una de las balaceras que se produjeron murió una persona inocente (Carlos Burgueño, de 25 años, que hacía tiempo mientras esperaba el ómnibus que lo llevaría a conocer a su segundo hijo nacido la noche anterior en el sanatorio Americano.); fueron abatidos tres guerrilleros (los jóvenes estudiantes Ricardo Zabalza, Alfredo Cultelli y Jorge Salerno); un policía resultó herido en el abdomen (el sargento de Radiopatrulla Enrique Fernández Díaz) y falleció después de 11 días de agonía, dejando dos hijos de 11 y 16 años); y finalmente otro policía (el Guardia de Metropolitana, policía, Ruben Zambrano) fue asesinado por los tupamaros un mes más tarde, en represalia por su actuación durante los sucesos de Pando.

Toda la operación «toma de Pando», estuvo enmascarada por una superchería: un falso cortejo fúnebre –con carroza pero sin muerto- en cuyos autos viajaban desde Montevideo los diferentes comandos armados. Un recurso tan imaginativo y novelesco como innecesario e ineficiente en términos prácticos.

Los remises de la empresa Rogelio Martinelli tenían sus respectivos choferes, lo que resultó una complicación adicional, ya que tuvieron que retenerlos dentro de una Kombi y vigilarlos durante todo el operativo.

Por otra parte, la impericia de los jóvenes combatientes para el manejo de coches con cambios automáticos hizo que no lograran arrancar uno de los remises, que fue dejado abandonado sin cumplir con la misión que tenía asignada.

Durante el asalto al Banco República, presa de los nervios la tupamara Nelly Trías le disparó a su propio compañero Fernán Pucurull. El herido es evacuado hacia uno de los remises que esperan.

En la huída se olvidaron de Juan Carlos Rodríguez que estaba solo en la gerencia. Al percibir que sus compañeros lo han abandonado a su suerte, salió a la calle con un arma en cada mano en estado de desesperación. Allí fue detenido por civiles que lo entregan a las autoridades policiales.

En el atraco al Banco de Pan de Azúcar, mientras embolsaban el dinero de las cajas, a Cultelli se le disparó el arma dos veces, afortunadamente hacia el piso.

Dos combatientes que entraron a la comisaría disfrazados de oficiales de la Fuerza Aérea llevaban metralletas sin balas porque ¡habían olvidado los cargadores!

El coordinador de todo el operativo ¡llegó tarde! a Pando, porque no le pudieron conseguir la moto con la que pensaba movilizarse. Un caos.

La conclusión de que la «toma de Pando» fue un operativo mucho menos eficiente y profesional de lo que cuentan sus publicistas e idólatras es obvia, pero generó una aureola de fortaleza y audacia en relación a los tupamaros y dejó  un triste saldo, entre ellos el asesinato de un joven padre que se quedó para siempre sin poder conocer a su hijo. Y un hijo que aún hoy, 51 años después, sigue buscando verdad y justicia…

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