Hace un tiempo escribí El feminismo impopular, un artículo en el que repasaba los motivos por los que, cada vez más mujeres no nos sentimos representadas por el nuevo feminismo.
Según una encuesta del Reino Unido y Estados Unidos, menos de una de cada cinco mujeres jóvenes se etiquetaría a sí misma como feminista.
Hay que recordar que hasta la Revolución francesa la situación de hombres y mujeres era precaria. Las personas se dividían en tres grupos bien diferentes: Clero, Nobleza y Estado Llano o Tercer Estado.
Esta última categoría abarcaba al 90% de las personas que carecían de derechos y se integraba con banqueros, comerciantes, campesinos y labradores.
Las mujeres no fueron incluidas en la Declaración de Derechos del hombre y el ciudadano, comenzaba entonces la batalla por adquirir la igualdad y el pleno desarrollo de sus libertades.
Las feministas de la Tercera Ola dejaron atrás el feminismo de la igualdad que desde el siglo XVIII lucha por la dignidad, oportunidad y libertad personal para todos.
Muy lejos de esa realidad está el hoy feminismo de género, que ha trepado peligrosamente hasta los libros de estudio y considera a la mujer presa de un sistema de injusticia y opresión. Se llega al extremo de repudiar la maternidad, la heterosexualidad, la monogamia y se considera la masculinidad como una patología a corregir.
Se pretende que el ser humano es un conjunto de células pasibles de ser moldeado en busca del “hombre nuevo”, una premisa peligrosa ya que en el siglo XX hemos visto ideologías aplicar políticas en este sentido. El nazismo lo hizo invocando la lucha de razas, el marxismo invocando la lucha de clases y el Chavismo a través del Socialismo del siglo XXI.
Invariablemente todas terminaron en desastre.
Al observar su plataforma de reclamos vemos “paquetes” en los que, a una idea fuerza y de concierto masivo, le suman preceptos ambiguos, mentirosos y muchas veces opuestos, que solo buscan la confrontación. Porque se ha hecho de la lucha un fin en sí mismo, herencia del marxismo cultural que es incapaz de remitir a una sola sociedad en la que se hayan aplicado exitosamente sus premisas.
Es triste comprobar cómo, las redes desnudan la vulgaridad de muchas de sus representantes que se han dado un discurso grosero y soez, un discurso que lejos de ser libertario, es chabacano y hostil.
Una de las cosas que más me rechina es que hablan como si las mujeres fuéramos una masa homogénea, desdeñando todo disenso y olvidando la naturaleza femenina. La diversidad es común al género humano y todo individuo debe ser capaz de autodeterminarse.
No todas sentimos iguales, ni tenemos la misma opinión, ni los mismos intereses, ni aspiraciones. Somos seres pensantes en permanente evolución y rechazamos se nos diga qué hacer, bajo el pretexto de que es imposible la libre elección en una sociedad con una desigualdad extrema.
Fue en 1969 que la feminista radical Kate Millett publicaba Sexual Politics donde proponía al patriarcado como el régimen político «a través del cual la mitad de la población, que es femenina, es controlada por la otra mitad, que es masculina».
Es claro que ya no manejan ideas sino ideologías que se caracterizan por buscar adhesiones como un asunto de fe. Trabajan un discurso de victimización y hablan de un patriarcado que ya no existe en occidente.
Como bien dice la antropóloga Helen Fisher los cambios económicos promovidos por el capitalismo, desde la revolución industrial hasta la actual revolución de la información, beneficiaron a la mujer.
El patriarcado ha sido desplazado de los países occidentales gracias al sistema económico y político que denostan las feministas: el capitalismo de libre mercado y la democracia liberal.
Lo cierto es que, a partir de la revolución industrial, la mujer ha tomado cada vez mayor participación en el mundo laboral y educativo.
A nivel mundial, el 79% de las víctimas de homicidio son hombres. Nuestra esperanza de vida es cinco años mayor que la del hombre. Hay tres veces más suicidios en hombres que en mujeres. Los accidentes laborales y el empleo infantil, también tienen mayoría entre los hombres y el 75% de las personas en situación de calle son hombres.
Según el Informe del Foro Económico Mundial hoy las mujeres representan la mayoría de estudiantes en casi cien países.
Por su parte la revista Fortune nos dice que hoy el 65% de los bienes en los EEUU esta en manos femeninas.
Queda claro que es en los países capitalistas en donde se impulsa el desarrollo tecnológico y científico que ha liberado a la mujer de muchas tareas tradicionales. Incluso la ciencia ha conseguido que podamos ser madres solas, reduciendo la función masculina a la donación de esperma.
Resulta evidente que el actual feminismo no está conectado con la realidad occidental y ha sido cooptado por ideologías fracasadas. Sus voceras incurren en una contradicción insalvable al atacar los fundamentos del sistema que envió al patriarcado occidental al museo.
Mientras tanto, la violencia y la corrupción están convirtiendo a la región en un lugar poco hospitalario y las olas de migrantes que huyen en busca de un futuro mejor, así lo prueban.
Crece la violencia intrafamiliar, niños y ancianos son los gran olvidados. No hay muertes peores que otras y se debe atender a la vulnerabilidad de la víctima, no a su sexo. En tal situación ver a miles de mujeres protestando contra la depilación femenina o el idioma castellano, es de una frivolidad antológica.
Es hora de abordar problemas reales que reestablezcan la dignidad humana en toda su expresión y utilizar al poderoso movimiento femenino para reclamar menos funcionarios y más juzgados especializados que atiendan los problemas con prontitud, tobilleras y casas de reasegurado para los que sufren violencia intrafamiliar, asilos dignos para los mayores que hoy están precarizados y una ley de adopción que borre los largos años de espera para tantos niños.
Cambiar el discurso y moderar la actitud le devolvería al feminismo occidental un propósito contemporáneo, digno de su pasado ilustre.