Quebrado el vínculo histórico entre el progresismo y el pensamiento republicano, los progres modernos se han divorciado absolutamente del progresismo histórico.

En gran parte de occidente, la izquierda ha cooptado la educación y hoy es una fábrica de progres que produce adherentes irreflexivos, apelando a su fatal ignorancia.

La nueva izquierda ha travestido la lucha de clases por miles de luchas que nos etiquetan: el indigenismo, el feminismo, el ambientalismo y todo ismo que, cual tribus urbanas articulan el marxismo clásico, como forma de instaurar el dogma comunista.

Ser progre es un sentimiento transversal que busca convertir emociones en políticas públicas, apela a un buenismo de manual y propone políticas fracasadas.

Para el progre, la historia es unidimensional y, a la falta de conocimientos, le suma una enorme inflación de utopías.

El progre siglo XXI trasmite mensajes equívocos sobre el progreso y el progresismo se ha transformado en una sombrilla para quien busca un discurso buenista al extremo.

Declara a voz en cuello ser socialista y antifascista, sin saber que el fascismo mussoliniano es hijo del socialismo.

El progre se dice solidario, abona la tolerancia hacia culturas foráneas y una creciente aversión a la cultura occidental. Es capaz de manifestar para que todo musulmán en occidente pueda celebrar el ramadán, pero quema templos cristianos en señal de protesta.

El progre siglo XXI repite muletillas: heteronormatividad, diversidad, empoderamiento, perspectiva de género, heteropatriarcado y todo slogan para sumar voluntades.

Todo progre siglo XXI apela al pensamiento mágico y mesiánico, aplicado a la política.

Recita el guion marxista de Federico Engels tendiente a licuar la esencia de la civilización occidental en aras de un mundo sin sexos, sin familia, sin república y con un Estado intervencionista al estilo orwelliano.

Todos ellos se han comido el axioma que los intelectuales de izquierda son una elite superior, algo así como la aristocracia de Platón que conjugaba sabiduría con política.

Todo progre moderno aspira a ser “trabajador de la cultura” lo que lo ubica dentro de una élite privilegiada a financiar con dineros públicos, lo que lo vuelve un «panfleto parlante»

Hablan de inclusión, reviven el patriarcado, bogan por los pueblos originarios e impulsan leyes para deconstruir la familia y las tradiciones, instituciones “alienantes”.

El progre siglo XXI puede ubicarse políticamente en grupos de centro o derecha, lo que conduce a violentar sus raíces doctrinarias.

Estos nuevos progres desorientan a sus votantes genuinos, embanderan sus casas partidarias con trapos coloridos y participan en marchas ideológicas organizadas por la nueva izquierda. Abrazan la agenda marxista, en un afán por ser buenistas o, al menos parecerlo para ganar los votos buenistas. Denostan el lenguaje tradicional, lo ven aburrido y usan el lenguaje progre que es tan emocionante como falso.

En ese camino de violentar su destino, los progres de cetro derecha participaron en la marcha de la Diversidad, un evento ideológico de la nueva izquierda, orgullosos entre carteles de “No a la Luc” y consignas contra el presidente de la coalición que integran.

Estos progres siglo XXI son la quinta columna que, desde el interior de los partidos tradicionales dinamitan nuestro sistema republicano, a contrapelo de las banderas que deberían defender con ahínco.

Mercedes Vigil

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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