Con absoluta razón y justeza a lo largo de estos últimos días una ola de indignación se ha levantado en contra de –para mí no “Rafa” sino Rafael- Cotelo, (nunca entendí por qué la gente tiende a tratar a desconocidos por su apodo, como si fueran amigos, cuando a la vista está que no se les conoce como personas hasta que muestran la hilacha), a consecuencia de una sarta de insultos, chabacanerías, ordinarieces y prejuiciosos conceptos vertidos por el autodefinido “artista, hombre de murga y comunicador” en contra de nuestros compatriotas riverenses. Cierto es que la letra, la intención, los conceptos y la convicción acerca de los dichos -desde que tuvo la inspiración para escribirlos, ponerles música y cantarlos al aire- son suyas, lo que lo hace absolutamente responsable de las repercusiones y consecuencias, (y también de la ofensa proferida), pero no menos cierto es que, como mercenario que ha demostrado ser, lo hizo al amparo de una impunidad de la que creyó seguir gozando por su entorno inmediato –la complicidad de los otros idiotas, (tan idiotas que se autodenominan galanes), que lo festejaron- como la de una audiencia con la que creía contar. Lo de Cotelo es infame, deplorable y decadente amén de soberbio, irrespetuoso y agresivo; pero cuenta con un “atenuante”: son así. Siempre han sido así. Y a las pruebas me remito: el insulto vino en forma de “cuplé”. Cotelo, como “hombre de murga” que dice ser en su “currículum artístico”, igual que todas las murgas ha hecho del insulto en verso su forma de vida, de denostar al otro una costumbre y de ridiculizar al oponente un calculado propósito. Durante décadas las murgas compañeras han sido –bajo la apariencia inofensiva y divertida de la risa y la ironía- históricos instrumentos de denostación , jeringas de afilada aguja para inyectar veneno en la sociedad adoctrinando al “pueblo” para profundizar grietas, fogonear odios y alimentar resentimientos. Que los “artistas” y “hombres de murga” se muevan por el mundo en BMWs es acesorio. Ellos saben que han vuelto a la gente incapaz de darse cuenta de tremenda incongruencia. Saben que mientras les hagan reír o sentirse un pezón de teta de mosca más vivos que el otro todo les será perdonado. Le han hecho creer a su “pueblo” que es por capacidad y no por el venal acomodo del esbirro que se han enriquecido y que merecido lo tienen por su afán al socialismo que promueven pero no practican. Les han convencido que la sociedad toda, a través de tarifas caras de ANTEL, debe subvencionar el carnaval –y a los “artistas” cuyas “obras” nos obligan a escuchar por radio vía Ley de Medios- que se enriquecen haciendo como que cantan un par de meses al año por el mero hecho de hacerle los mandados al chavismo. Aplicando una “moral del escrache” se han tomado la libertad –que la libertad de expresión liberal y republicana les permite- de insultar progresivamente a toda la sociedad que no forma parte de “su colectivo” llamándoles “rosaditos”, “heteros”, “fachos”, “empresario chorro explotador” y mil apelativos más a la vez que promovían como valores lo que a todas luces es antivalor. De ese modo odiar, denostar, insultar, rebajar, agredir y mofarse de lo que hasta hace no tanto tiempo se consideraba “gente normal” no sólo ha sido bien visto sino además utilizado para mover la aguja hacia su izquierda: la izquierda de los delincuentes-filósofos-Premio-Nóbel, la izquierda de los empresarios médicos multimillonarios, la de las heladeras y cadetes de imprenta intendentes, la de los choferes de ómnibus multimillonarios ministros, la de los científicos asesinos, la de las ministros-me-hago-un-mausoleo-de-arena-en-vida, la de la PLUNA-ALASU, la de las regasificadoras que no existen pero cobran e intiman su reintegro y la de ANCAP-me-compra-un-short tanto como la que les dice a nuestros niños en la escuela -que mantenemos todos con nuestros impuestos- que existen nenas con pene, nenes con vagina y otros orificios que brindan placer, que no necesariamente somos lo que somos y que sus familias –sus padres incluidos- se equivocan al enseñarles ciertas cosas. Es la izquierda de “lo que empieza bien termina bien de Astori” combinada con la mano en la lata de Vázquez y el “como te digo una cosa te digo la otra” de Mujica. (No es mi amigo ni tengo confianza con él, como sí lo tienen los “galanes” así que no puedo ni quiero llamarlo “el Pepe”). Una izquierda que ha hecho de la mentira una estrategia, de la falacia un culto, de la hipocresía una religión. Es la izquierda que ha hecho del doble discurso un doble lenguaje, (Orwell vive y lucha), donde las palabras quieren decir su contario a la vez que lo que se dice y lo que se hace jamás coincide, y donde la deseducación del pueblo por el que tanto dicen luchar sólo sirve para aumentar su indigencia y su ignorancia, anular su capacidad de discernir, impedirle razonar y volver manipulable; lo que es imprescindible para mantenerlo sometido y que se considere a unos pobres militontos “referentes”, “comunicadores”, “informativistas” y “formadores de opinión” cuando en realidad son apenas mandaderos. La culpa no es del chancho sino de quien le rasca el lomo, dice un aforismo popular. Aunque somos muchos los que venimos repudiando a este tipo de gente colocada a dedo en los medios –con la complicidad y amanuencia de sus dueños- llevando a la tinellización de su programación y su audiencia (con la perspectiva de los años el término cobra cada vez mayor significado decadente), hay personas que recién empiezan a darse cuenta que el verdadero nombre de los informativos centrales no es Telenoche, Subrayado o Telemundo sino Telebolche, Zurdayado y Teleinmundo, que las consentidas son tan exactamente eso como que esta foca es mía y tantas otras “propuestas progresistas” incluidas radios y tv oficiales que pagamos todos. Por eso lo del principio: no es Cotelo. Ni siquiera son únicamente los “galanes”. Es una verdadera clase cortesana que ha medrado a la sombra de un poder corrupto que no quiere largar la teta del Estado. No es Cotelo, son todos, son muchos y son “ellos”. Por eso somos nosotros los que debemos decir basta. Y decir basta es fácil. Alcanza con dejar de sintonizar tanta basura.

Eduardo Portela.

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